Capítulo 324
Todos miraron a Raquel. -Raquel, ¿en qué has estado ocupada todos estos años desde que te graduaste?
Todos sentían gran curiosidad por Raquel, aquella chica prodigiosa, porque, según sabían, al parecer ella no tenía trabajo actualmente.
La pequeña mano de Raquel, que sostenía los cubiertos, se detuvo un instante. Luego respondió con sinceridad: -Me casé.
¿Qué?
Todos quedaron boquiabiertos.
Santiago la miró con incredulidad. —¿Raquel, te casaste?
Raquel ya había notado la mirada de Alberto fija en ella. Su mirada siempre había tenido un aire de presión. Raquel se esforzó por ignorarlo, esbozó una sonrisa y dijo: —Sí, así que en estos años no he estado muy ocupada… solo dedicada a cuidar a mi esposo, siendo ama de casa.
Todo lo que decía Raquel era cierto. Se había retirado durante más de tres años, y en todo ese tiempo había girado en torno a Alberto.
Las excompañeras se quedaron atónitas. -¿Raquel, en serio decidiste ser ama de casa en plena juventud?
Raquel añadió: -Nos divorciamos hace poco.
Ahora todos estaban aún más sorprendidos.
-El hombre que logró que Raquel quisiera ser ama de casa debe de ser realmente increíble.
-Raquel, tu esposo… no, tu exesposo, ¿quién es?
La curiosidad por conocer al hombre que había conquistado a Raquel crecía entre todos.
Raquel alzó la mirada hacia el hombre que tenía frente a ella.
Alberto estaba sentado con porte recto. Apenas había tocado los cubiertos. Raquel sabía que no le gustaba la comida picante; su dieta siempre había sido ligera.
En ese momento, sus profundos ojos oscuros estaban fijos en su rostro. También la estaba observando.
Parecía que, al igual que todos, esperaba oír su respuesta.
¿Cómo iba a responder?
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Su exesposo, en efecto, era muy, muy sobresaliente. Y además, estaba presente. Todos lo conocían.
Raquel desvió la mirada. Observó al grupo con una sonrisa serena. -Eso ya es cosa del pasado. No hablemos más de él. Vamos, brindemos por nuestras nuevas vidas.
Todos los presentes eran personas altamente inteligentes, así que, al notar que Raquel no quería hablar del tema, no insistieron. De inmediato cambiaron de tema y alzaron sus copas. ¡Vamos, brindemos!
–
Mientras todos brindaban, Alberto, sentado en el lugar principal, alzó con elegancia su vaso de agua tibia, luciendo su costoso reloj de pulsera, y bebió un sorbo.
—Raquel, ahora que seguramente volverás al trabajo, ¿por qué no te unes a nosotros?
Raquel se negó de inmediato con cortesía. Ella sí tenía trabajo, pero no era algo que pudiera contar abiertamente. -Gracias a todos, pero ahora mismo estoy en Solarena. No es muy
conveniente.
-¿Solarena? Cierto, Alberto también está en Solarena.
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