Capítulo 325
Raquel sintió que se había convertido en el centro de la conversación. ¿Qué estaría haciendo Alberto? ¿De verdad quería escucharla llamarlo “Alberto“?
Seguro que estaba jugándole otra broma.
Raquel lo fulminó con la mirada.
Alberto, al recibir aquella mirada asesina, curvó los labios en una sonrisa delgada,
visiblemente de buen humor.
En ese momento, sonó un tono de celular melodioso; era una llamada para Raquel.
Aquella llamada fue como un salvavidas: Raquel se levantó de inmediato. -Sigan comiendo, voy a contestar una llamada.
Raquel fue al pasillo a contestar. Era Luis quien llamaba.
-Raquelita, ya llegué a Solarena, ¿dónde estás tú?
-Luis, ahora estoy en Villa Santarena. Volveré en un par de días.
-Está bien, te espero.
Raquel colgó y se dio la vuelta, pero al hacerlo chocó de lleno contra un pecho firme y cálido.
-¡Ah!
El celular se le resbaló de la mano y cayó al suelo.
¡El celular!
Raquel se agachó apresuradamente para recogerlo.
Pero una mano grande, de dedos largos y bien definidos, se adelantó y atrapó el celular en el
aire.
Raquel alzó la vista, y el rostro apuesto y noble de Alberto apareció ampliado ante sus ojos.
¡Alberto había llegado!
¿¡Cómo había llegado hasta allí!?
Raquel dijo enseguida: ¡Presidente Alberto, devuélvame mi celular!
Raquel intentó tomar su celular.
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Pero Alberto alzó el brazo, impidiéndole alcanzarlo.
¿Qué le pasaba?
Raquel se acercó más con su cuerpo esbelto, poniéndose de puntillas para intentar alcanzar su teléfono. Presidente Alberto, este es mi celular. Por favor, devuélvamelo.
Alberto era mucho más alto que ella. Aunque Raquel se pusiera de puntillas, él seguía mirándola desde arriba con esa mirada penetrante. Te lo devuelvo… si me llamas Alberto.
–
Había ido hasta allí solo para que lo llamara “Alberto“.
Raquel alzó su bello rostro para mirarlo: -No pienso hacerlo. Total, ni siquiera quiero que me recomiende ni trabajar en su empresa.
Alberto curvó ligeramente los labios: -¿Acaso no quieres trabajar?
Él podía entender que no hubiese trabajado durante esos tres años; después de todo, lo había
estado cuidando.
¿Pero acaso no quería trabajar en el futuro?
Raquel, por supuesto, no pensaba revelarle su verdadera identidad. Sus ojos brillantes
—
parpadeaban con astucia. No puedo compararme con el presidente Alberto. Usted fundó su primera empresa justo después de graduarse. Yo soy solo una ama de casa, una esposa a tiempo completo, totalmente desconectada del mundo.
Se estaba menospreciando a sí misma.
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