Capítulo 345
Alberto miró a Carlos por un momento. -Descansa bien, hablamos mañana si es necesario.
Esa noche, tanto Raquel como Carlos necesitaban descansar, y ya discutirían sobre la partida al
día siguiente.
Con Alberto a su lado, Carlos se sintió aliviado y asintió. —Está bien.
Alberto levantó a Raquel y la sacó de la habitación. Azucena estaba afuera, y al verlos, se acercó rápidamente. -Alberto, ¿tu hermana está bien?
-Mi hermana tiene fiebre alta, Azucena, ¿podrías prepararnos una habitación?
Al ver el rostro refinado y atractivo de Alberto, Azucena, una joven que claramente adoraba la belleza, no pudo negarse. Usó su influencia como hija del jefe de la aldea para conseguirles una habitación limpia.
Alberto colocó a Raquel sobre la cama. Ella estaba helada, con la frente bañada en sudor frío, y su delicada y suave melena se pegaba a su frente perfecta. Era una visión tan cautivadora que resultaba imposible no admirarla.
Alberto extendió la mano y, con cuidado, apartó un mechón de su frente.
-Alberto… -La voz de Azucena lo hizo volver en sí.
Entonces, recordó que había alguien más en la habitación y se enderezó. -Azucena, ¿tienes un
hermano?
Azucena asintió. —Sí, mi hermano se llama Raúl. Ya está en edad de casarse, y en este pueblo puede elegir a cualquier chica, pero tiene estándares altos, y hasta ahora no ha encontrado a nadie que le guste.
Una fría y sarcástica sonrisa apareció en los labios de Alberto. Este tal Raúl podía tener estándares altos, pero la mujer que le gustaba era Raquel. ¿Y cuántas mujeres como ella podría
haber?
Azucena, visiblemente cautivada por Alberto, continuó hablando sin darse cuenta de que él había comprendido perfectamente sus insinuaciones. -Yo también estoy en edad de casarme, pero no me gustan los hombres de este pueblo. Mi padre me presiona para que me case. Alberto, ¿qué debería hacer?
Azucena estaba insinuando claramente algo a Alberto.
Curiosamente, tanto Raúl como Azucena parecían haber fijado sus ojos en Alberto y Raquel,
respectivamente.
-Azucena, mañana iré a ver al jefe de la aldea.
-¿De verdad? –Los ojos de Azucena brillaron, pensando que Alberto había entendido sus indirectas y que al día siguiente iría a hablar con su padre para proponerle matrimonio.
Alberto entendió perfectamente sus intenciones, pero no las desveló. En su lugar, dijo: -Mi hermana y yo necesitamos descansar. Azucena, puedes irte ahora.
-Está bien.
Azucena salió de la habitación, feliz, y cerró la puerta tras de sí.
Sin embargo, pronto pensó en algo. ¿Y ahora? En la habitación solo había una cama. ¿Cómo
iban a dormir los dos hermanos?
¿Acaso tendrían que dormir en la misma cama?
Finalmente, Azucena se fue, y en la habitación solo quedaron ellos dos. Raquel temblaba de frío. -Tengo frío… estoy tan fría…
Alberto levantó sus dedos, que parecían hechos de mármol, desabrochó su chaqueta negra y se
metió en la cama.
Raquel, sintiendo el calor cercano, se dio vuelta en la cama y, sin pensarlo, se deslizó hacía los
brazos de Alberto.
Alberto la abrazó al instante.
Las circunstancias eran difíciles, y la única manera de mantenerse caliente era recurrir al
contacto más básico.
Los dos se acurrucaron juntos. El cuerpo de Raquel, tan suave como si no tuviera huesos,
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