Capítulo 363
Ana quiere el vestido de Raquel que lleva puesto Alberto.
El deseo de victoria entre mujeres no permitía a Ana ceder ante Raquel, quien había acaparado toda la atención; por lo tanto, debía conseguir ese vestido a toda costa.
De hecho, no era la primera vez, pues ya se habían enfrentado por la ropa durante un viaje a las termas, donde Ana intentó arrebatarle prendas a Raquel.
Alberto observó a Raquel.
En ese instante, Luis rodeó con su brazo la cintura suave de Raquel y, sonriendo, dijo: – Presidente Alberto, todo sigue un orden de llegada, es la regla, ¿no es así?
—
La mirada de Alberto se fijó en la mano de Luis; su molestia al ver a Luis con el brazo sobre el hombro de Raquel se intensificó al observarlo abrazando su cintura suave, y sus ojos fríos emitieron un brillo helado.
Ana, haciendo pucheros, expresó: -Alberto, ahora Luis es el novio de Raquel, y Raquel, apoyada en el cariño de Luis, actúa con determinación. Tú eres mi novio, no permitirás que pierda frente a Raquel, ¿verdad?
Alberto apretó los labios y luego miró a Luis. -Luis, las reglas las hacen las personas, ¿no es así? Quien tiene el poder, establece las reglas.
Luis preguntó: -¿Entonces, qué sugieres?
Alberto se dirigió a Raquel: -Ana desea el vestido que llevas, así que quítatelo y dáselo.
Él insistió en que ella se despojara del vestido para entregárselo a Ana.
-Presidente Alberto, si es así, entonces hoy tendremos una lucha, una lucha por nuestras novias.
Con Luis abrazando a Raquel, y Alberto y Ana juntos, el ambiente se cargó de tensión.
Alberto y Luis, siendo hombres adinerados, se enfrentaban ahora en un duelo financiero.
Entonces Raquel intervino: -No hay necesidad de competir, me quitaré el vestido y se lo daré
a Ana.
Raquel accedió voluntariamente a ceder el vestido.
Luis, sorprendido, exclamó: -¡Raquelita!
Raquel lo detuvo con la mirada: -No es necesario discutir por un vestido, me lo voy a cambiar ahora mismo.
Raquel se dirigió al vestidor, se quitó el vestido y se lo entregó a Ana: —Ana, para ti. Ana mostró cierta satisfacción: -Raquel, admito que no puedes competir conmigo.
La mirada clara y brillante de Raquel relucía con un destello irónico: -Ana, sigues siendo como siempre, te gustan las cosas que ya he usado.
¿Qué?
Ana quedó perpleja.
Raquel sonrió con ironía: -Ya he usado este vestido, pero si tanto lo deseas, te lo daré.
Después de todo, has venido a mendigar, sin duda mereces mi caridad.
Mientras hablaba, Raquel levantó la mano y sus dedos pálidos y delicados soltaron el vestido de encaje, que cayó directamente en las manos expectantes de Ana.
Su actitud, desde lo alto, parecía realmente una caridad hacia una mendiga.
La sonrisa en el rostro de Ana desapareció por completo, y ella dijo con ira: —Raquel, tú…
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