Capítulo 364
Ana Lucía estaba hermosa con aquel vestido de encaje, aunque su rostro reflejaba una expresión extraña debido a la sensación de que el cinturón estaba demasiado apretado.
Momentos antes, en el probador, había tenido que inhalar profundamente para subir el cierre
de la cintura.
Ana, sosteniendo su vestido, giró frente a Alberto. -Alberto, ¿qué te parece?
Alberto observó a Ana, aunque permaneció en silencio.
María interrumpió con elogios, —Anita, sin duda te ves estupenda, ¿acaso no eres la primera bailarina del ballet? Tu belleza ciertamente eclipsa la de cualquier ama de casa.
Justo cuando María acababa de hablar, se oyó un sonido de “rasgado“.
El vestido de encaje de Ana se había desgarrado en la cintura.
María quedó petrificada.
Ana gritó, cubriéndose rápidamente la cintura con las manos.
¡Su vestido se había rasgado!
¿Cómo podría pasarle algo tan vergonzoso?
Y justo delante de Alberto y Raquel.
Una dependienta comentó con dificultad, -Este vestido de encaje no corresponde a la talla de esta señora; la bella dama necesita una talla más grande.
En realidad, usar una talla más grande no era gran cosa, pero Ana, por su vanidad, se sintió
profundamente avergonzada.
Luis soltó una carcajada, -Señorita Ana, ¿sueles usar esta talla? De ser así, has engordado recientemente; tu cintura se ha ensanchado.
Ana se quedó sin palabras.
Luis prosiguió, -Pero no te preocupes en exceso, aunque seas la bailarina principal del ballet y te esfuerces por mantener tu figura, Raquel siempre ha tenido una cintura delgada de manera natural, eso no es algo que puedas igualar.
Ana se quedó aún más sin palabras; era el blanco de las burlas.
—
Ana miró furiosa a Raquel, Raquel, ¿lo hiciste a propósito? Sabías que no me entraría este vestido, ¿me lo diste solo para burlarte de mí?
Capítulo 364
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Raquel pestañeó inocentemente, -Ana, si ni siquiera tú conoces tu propia talla, ¿cómo podría yo saberlo?
Ana se quedó sin palabras, deseando replicar algo más, pero entonces la voz baja y magnética de Alberto resonó, -Basta.
Ana levantó la vista y se encontró con los fríos ojos de Alberto.
Alberto la miró brevemente, sin emoción, su mirada era gélida. -Dejen de discutir.
María rápidamente se puso del lado de Ana, Anita, ve y cámbiate ese vestido ahora mismo.
Ana palideció, consciente de haberse ridiculizado frente a Alberto.
A regañadientes, Ana se dirigió al vestuario.
Luis, abrazando a Raquel, dijo, —Raquelita, vámonos, busquemos otro lugar para seguir comprando.
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