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El CEO se Entera de Mis Mentiras novel Chapter 393

Capítulo 393

Raquel les estaba recordando que habían venido a pedirle ayuda.

Doña Sara, Ana y Rosa se quedaron petrificadas, con expresiones de vergüenza en sus rostros; el aire de arrogancia anterior había desaparecido.

Raquel hizo ademán de cerrar la puerta.

Pero doña Sara intervino, -Raquel, no cierres la puerta, hemos venido a pedirte ayuda, ¿nos ayudas, por favor?

Doña Sara fue la primera en rogar.

Raquel arqueó ligeramente sus cejas en forma de sauce, mirando hacia los demás.

Ricardo y Patricia continuaron suplicando, -Raquel, antes nos equivocamos, por favor, en consideración a que somos familia, ayúdanos.

Alejandro también rogó, -Raquel, somos familia, no hagamos esto más difícil, te suplicamos que nos ayudes.

Raquel miró hacia María.

María realmente no quería rogar, se dio cuenta de que la dirección de los eventos había cambiado completamente del plan original; no debería ser así.

Ella nunca comprendió cómo Raquel, a quien habían abandonado desde niña, había llegado a ser una joven prodigio, cómo había empezado a conducir carros de lujo y a vivir en mansiones, mientras su familia había sido engañada hasta quedarse sin hogar y ahora tenían que rogarle a Raquel, ¿qué había pasado realmente?

María no quería rogar, pero doña Sara la miró ferozmente, con una clara advertencia.

María no tuvo más remedio que rogar a regañadientes, -Raquelita, todo fue culpa mía antes, siempre has sido parte de nuestra familia, te suplicamos que nos ayudes.

Raquel dirigió su mirada hacia Ana y Rosa.

Rosa también rogó, -Raquel, por favor, ayúdanos.

Ana estaba tan enfadada que casi trituraba sus dientes, -Raquel, te lo suplico.

La clara mirada de Raquel cayó sobre el rostro de Ana, -Ana, ¿qué estás diciendo? No te escuché, ¿puedes hablar más fuerte?

Raquel le pidió a Ana que hablara más alto.

Ana, furiosa, exclamó, -¡Tú!

Captulo 393

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Pero doña Sara le dio un tirón rápidamente.

Ana levantó la cabeza, solo para ver a Raquel, hermosamente serena, de pie junto a la puerta, sus ojos medio sonrientes parecían burlarse de ella.

Ana, furiosa hasta el punto de sentir náuseas, no tuvo más remedio que elevar su voz y decir nuevamente, -Raquel, te lo suplico.

Raquel sonrió; las personas de la orgullosa familia Pérez, quienes en su tiempo desearon pisotearla, ahora uno tras otro dejaba a un lado su dignidad para rogarle. Ella encontró esto muy irónico.

En ese momento, Raquel levantó la vista y vio a una figura alta y apuesta; era Alberto.

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