Capítulo 107
Valentín sintió un torbellino en su mente mientras luchaba por abrir los párpados, pesados como si cargaran el peso de una noche inquieta.
“Sí, hoy era el día en que Esmeralda regresaba“, pensó, aferrándose a la certeza que lo anclaba a la realidad. Eugenia también lo había confirmado: su esposa estaba de vuelta. Entonces, esa figura borrosa que se inclinaba sobre él, esa mano tibia contra su pecho, solo podía ser ella.
Con un impulso repentino, atrapó aquella mano y, en un giro brusco, hizo que el cuerpo bajo el suyo quedara atrapado contra el colchón.
Jazmín dejó escapar un grito breve, sorprendida, pero una chispa de euforia la recorrió de inmediato. Había soñado con un momento así junto a Valentín, aunque nunca imaginó que él tomaría la iniciativa con tanta urgencia. Sin dudarlo, sus brazos serpentearon hasta rodear el
cuello de él, acercándolo más.
-Valentín, no sabes cuánto he esperado por esto… -susurró, su voz temblando de expectativa.
Pero Valentín, perdido en la neblina de su confusión, no distinguía la verdad frente a él. En su mente, esa presencia solo podía ser Esmeralda. No percibió que el perfume que lo envolvía había cambiado: el aroma fresco y elegante de su esposa había sido reemplazado por una dulzura densa, casi sofocante. Hundió el rostro en el cuello de Jazmín, dejando escapar un murmullo cargado de reproche:
-Esmeralda, ¿hasta cuándo vas a seguir jugando conmigo…?
El entusiasmo de Jazmín se desvaneció como una llama bajo la lluvia. Su sonrisa se petrificó, y sus ojos se clavaron en el techo oscuro, incrédulos. ¿Qué había dicho él? ¿Esmeralda? ¿La
había confundido con ella?
Con la voz apenas audible, Jazmín susurró:
-Valentín, ¿cómo me llamaste?
-Esme… -respondió él, casi inaudible, mientras una punzada de resentimiento apretaba su pecho, como si aún guardara rencor por los días de distancia.
Abrió la boca y rozó con los dientes la piel del cuello de Jazmín, un gesto suave pero cargado de intención. Ella apretó la mandíbula, sus ojos destellando entre la sorpresa y una furia contenida. ¿Qué tenía Esmeralda que ella no pudiera igualar? Había estado al lado de Valentín durante años, ofreciéndole apoyo, paciencia, todo de sí misma… ¿y aún así no bastaba?
“¡Esmeralda, maldita sea!“, gritó en su interior, la rabia arañándole el alma.
Entonces, unos pasos resonaron afuera, interrumpiendo su tormenta interna. Antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe y la luz inundó la habitación como un relámpago. Jazmín, aún tendida boca arriba, cerró los ojos por instinto, cegada por el brillo repentino.
No alcanzó a ver la expresión de asombro que cruzó el rostro de Esmeralda.
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Capítulo 107
Valentín, por fin, sintió que algo no encajaba. Con esfuerzo, se incorporó ligeramente y sus ojos tropezaron con los de Jazmín.
-¿Jaz? -dijo, y un escalofrío le recorrió la espalda como una corriente helada.
Giró la cabeza con rapidez y allí, en el umbral, encontró la mirada complicada de Esmeralda. Como si una chispa lo hubiera sacudido, saltó de la cama, tambaleándose, y la enfrentó con una culpa que le ardía en el rostro.
-Esme, yo… -balbuceó, buscando palabras que no llegaban.
-Parece que llegué en un momento inoportuno -respondió Esmeralda, su voz afilada como cristal roto. Una sonrisa gélida curvó sus labios mientras sus ojos recorrían la escena con desprecio, deteniéndose en la cama con una mueca de asco-. Pero, por favor, la próxima vez que quieran divertirse, ¿podrían elegir otro lugar? Esta cama, después de todo, es la de nuestro matrimonio. ¿No les resulta… incómodo?
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