Capítulo 108
-Valentín, por favor, no te vayas -suplicó Jazmín, aferrándose a su brazo con dedos temblorosos mientras las lágrimas brotaban de sus ojos como ríos desbordados-. No la amas de verdad, ¿por qué te empeñas en seguir con ella? Mírame a mí, yo soy la que siempre ha estado aquí, la que te quiere con todo el corazón.
Los ojos de Valentín titubearon, atrapados en un torbellino de dudas.
-Jaz, ¿qué estás diciendo? -preguntó, su voz cargada de un desconcierto que apenas podía disimular.
-No entiendo cómo no lo ves. Mi amor por ti salta a la vista, es imposible ignorarlo.
Valentín inhaló profundamente, como si intentara encontrar claridad en el aire denso que los
rodeaba.
-Estoy casado, Jazmín -respondió con firmeza, aunque un leve temblor traicionaba su
compostura.
-Pues divórciate. Yo estoy dispuesta a esperarte el tiempo que sea necesario.
Jazmín se alzó sobre las puntas de sus pies, buscando sus labios con desesperación, pero Valentín, con suavidad pero decidido, la apartó de su camino.
-Lo siento mucho, Jaz. No voy a dejar a Esme. Sí, tenemos problemas, pero son cosas pasajeras, detalles que pronto estarán resueltos. Hagamos como si esto nunca hubiera pasado y dejémoslo atrás, ¿sí?
Sin esperar respuesta, Valentín tomó su chaqueta con un movimiento apresurado y salió, dejando tras de sí el eco de sus pasos firmes.
-¡Valentín! -gritó Jazmín, su voz quebrándose en el vacío.
Atónita, observó cómo la puerta se cerraba tras él. Sus piernas cedieron, y se desplomó en el suelo, el silencio roto solo por sus sollozos ahogados. Minutos después, con el rostro aún empapado de lágrimas, alzó la vista hacia donde él había desaparecido y una risa amarga escapó de sus labios.
“¿De verdad crees que lo que hay entre tú y Esmeralda es poca cosa?” -pensó, mientras un destello de desafío brillaba en sus ojos-. Cuando una mujer se harta de tantas decepciones, no hay vuelta atrás. Ese matrimonio tuyo está acabado.
…
Esmeralda salió de la casa de los Espinosa con pasos resueltos y detuvo un taxi en la penumbra de la noche. El conductor, un hombre de mirada curiosa, no pudo evitar preguntar:
-¿Y qué hace una dama como usted saliendo tan tarde?
Ella le dedicó una sonrisa tenue, teñida de indiferencia.
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Capitulo 108
-Mi esposo me engañó, así que decidí dar un paseo -respondió, como si hablara de un inconveniente menor.
El conductor, que hasta entonces había mantenido una expresión afable, enmudeció. Sus ojos se llenaron de una compasión silenciosa mientras observaba a aquella mujer elegante, atrapada en una vida que, pese a su opulencia, no escapaba de las heridas humanas.
Esmeralda había pensado en refugiarse en su apartamento, pero la idea de que Valentín conociera el lugar y pudiera aparecer la disuadió. En cambio, le indicó al conductor que la llevara al Jardín de las Rosas, donde Estefanía ahora residía.
Estefanía, que desde su salto a la fama como artista apenas conciliaba el sueño, abrió la puerta al instante en que Esmeralda tocó el timbre.
-¿Esme? -preguntó, sorprendida, echando un vistazo al reloj que marcaba casi la una de la madrugada.
La invitó a pasar con un gesto ansioso, deseosa de descifrar el motivo de su visita.
-¿Qué pasó? -insistió, mientras Esmeralda entraba con una calma aparente y se servía un vaso de agua.
-Nada grave, solo quiero quedarme aquí esta noche -respondió ella, llevándose el vaso a los
labios.
-¿Nada? ¿Llegas a mi casa en plena madrugada y me dices que no pasa nada? ¡Vamos, cuéntame de una vez qué ocurrió!
Tras beber un sorbo, Esmeralda dejó el vaso sobre la mesa y, con voz tranquila, confesó:
-Valentín y Jazmín estaban en mi cama. Les dejé el espacio libre.
-¿Qué? ¡No puede ser!
—
exclamó Estefanía, la llamada “diosa de hielo” por sus admiradores, dejando escapar una maldición que resonó en la quietud de la casa.
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