Capítulo 13
Yeray aún tenía el rostro ensombrecido por una mezcla de inquietud y enojo, como si una nube gris se hubiera posado sobre sus facciones.
-Le marcaste a ese tipo, ¿verdad, Siete? ¿Qué está pasando? -preguntó, con la voz teñida de urgencia.
Esmeralda salió de su ensimismamiento y, al volver la mirada hacia él, esbozó una sonrisa serena, cargada de una dulzura agridulce.
-No es nada grave, Hermano Yeray. Solo me di cuenta de que he estado entregando mi corazón al hombre equivocado durante estos siete años. Y ahora, por fin, decidí tomar las riendas y enderezar el camino antes de que sea demasiado tarde.
Yeray apretó los dientes, dejando que un destello de furia cruzara sus ojos oscuros.
-Así que resultó ser un completo imbécil. ¡No puedo creerlo! Tenemos que hacerle pagar por todo lo que te ha hecho.
-No te preocupes, yo me encargaré de esto a mi manera -respondió Esmeralda, entornando los ojos con una chispa de determinación.
En su interior, las piezas de un rompecabezas roto comenzaban a encajar. Antes, había sido la señora Espinosa, la madre devota de Pablo, una mujer que había olvidado cómo respirar por sí misma. Ahora, planeaba fingir su propia muerte, un telón que caería para darle paso a un renacimiento largamente anhelado.
La oficina del presidente del Grupo Espinosa exhalaba un aire de opulencia contenida. Tras tres horas de trabajo ininterrumpido, Valentín regresó a su despacho cuando el sol ya marcaba el mediodía con su brillo implacable.
El asistente se acercó a la puerta y dio unos golpecitos discretos.
-Señor Espinosa, aquí tiene su almuerzo anunció, con un tono profesional que no dejaba traslucir emociones.
Valentín, que estaba masajeando sus sienes en un gesto de cansancio y fastidio, detuvo sus movimientos. Al alzar la vista, sus ojos se posaron en la lonchera térmica blanca que el asistente sostenía: la misma que Esmeralda preparaba con esmero en tiempos más sencillos. Una sonrisa fugaz, casi triunfal, curvó sus labios mientras dejaba escapar un resoplido suave.
‘Jugando a la rebelde, ¿eh? Al final, tuvo que volver con el rabo entre las piernas y prepararme el almuerzo“, pensó, convencido de que siete años de convivencia eran cadenas imposibles de
omper.
-Trae eso -ordenó con un leve matiz de impaciencia.
-De inmediato, señor -respondió el asistente, entregándole la lonchera antes de disponerse a
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Capitulo 13
actualizarlo sobre los pendientes del día.
Pero Valentín apenas prestó atención. Su mente vagaba lejos de los informes y las cifras.
-Oye, ¿no ves que voy a comer? Déjame en paz y reporta después -espetó, frunciendo el ceño. El asistente, sorprendido por un instante, inclinó la cabeza con cortesía.
-Claro, señor Espinosa. Que disfrute su almuerzo.
Una vez solo, Valentín abrió la lonchera con un movimiento casi ceremonioso. Dentro, la comida revelaba un cuidado evidente en cada detalle, y una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro. Sin embargo, esa expresión se quebró al instante siguiente.
“¿Cilantro? ¿En serio puso cilantro?”
Esmeralda sabía perfectamente que lo detestaba.
-¡Qué chiquillada! -masculló, irritado.
Era obvio que lo había hecho adrede, un pequeño acto de rebeldía para sacarlo de quicio. “¿De verdad cree que soy un niño de tres años al que puede molestar con algo tan simple?”
Aun así, pensó con desprecio, no esperaba más de una ama de casa atrapada entre pañales y recetas. Sacó su celular y marcó el número de Esmeralda, pero la línea seguía bloqueada. Con un gesto de fastidio, llamó a Eugenia, la empleada de la casa.
-Eugenia, estás ahí, ¿verdad?
-Sí, señor, ¿en qué puedo ayudarlo?
-Dile a Esmeralda que deje de jugar con trucos tan patéticos. ¿Cree que poniendo cilantro en mi comida va a lograr algo? ¡Por favor, qué absurdo!
-Señor, lo que usted dice…
-Nada más. Ah, y avísale que esta noche cenaré en casa. Que tenga todo listo–cortó la llamada sin esperar respuesta.
Sintiéndose extrañamente victorioso, Valentín miró la lonchera con una mueca de desprecio y la apartó a un lado.
Cuando el día laboral llegó a su fin, apagó la computadora y se preparó para salir. Justo entonces, el teléfono vibró con una llamada de Jazmín.
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