Capítulo 136
-¿Entonces has estado ocupada con esto estos días?
-Sí, sé cuánto te ha afectado que Esme se fuera. Seguro que no tienes cabeza para los asuntos del trabajo ahora. Alguien tiene que ayudarte a sobrellevar esta carga.
Por un instante, una corriente cálida atravesó el pecho de Valentín, como si un rayo de sol se
colara entre las grietas de un muro roto.
-Jaz…
Se había equivocado al juzgarla. Jazmín, con sus errores del pasado, solo había dejado entrever la profundidad de sus sentimientos. Nunca cruzó una línea imperdonable. A pesar de los rumores que corrían como viento envenenado, ella seguía allí, tejiendo soluciones para aliviar sus tormentas laborales.
-Gracias.
Tras un silencio que parecía estirarse como el horizonte, las palabras brotaron, ásperas pero sinceras, desde lo más hondo de su garganta.
-Ay, no me mires así ni me agradezcas. Esto es lo que toca hacer.
Jazmín dejó escapar una sonrisa suave, mientras sus dedos jugaban con un mechón de cabello, como si quisiera aligerar el peso invisible del momento.
En ese instante, el mesero llegó con una bandeja repleta de platos. Los colores vibrantes de la comida danzaban sobre la mesa, un festín para los ojos que desprendía aromas tentadores. Valentín apenas lo notó al principio, pero al fijarse mejor, una arruga se dibujó en su frente.
Estos platos… ¿por qué le parecían un eco del pasado?
Tomó una cuchara de plata y agitó las hierbas que flotaban en la sopera verde de porcelana. De pronto, su mano se detuvo en seco. Cinco bayas rojas brillaban en el caldo ámbar, pequeñas joyas que encendieron un recuerdo dormido.
-Este estofado de cordero con jitomate… -alzó la vista hacia el mesero, vestido con un vestido de lino que susurraba al moverse-. Tengo entendido que las personas con una constitución húmeda y calurosa deberían evitar los tónicos fuertes, ¿no es así?
El mesero, con una sonrisa teñida de asombro, asintió.
-Este plato fue ajustado por un médico que contratamos. Nos contó que lo inspiró alguien muy especial para él. Añadió bayas para equilibrar el calor del estofado.
Jazmín inclinó la cabeza con un gesto leve.
-El médico que contrataron no solo tiene talento, sino que también es un romántico empedernido.
-Es verdad, la Dra. Loyola es un tesoro para nosotros. Siempre que viene, nos regala consultas
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gratuitas respondió el mesero, con un brillo de admiración en los ojos.
Esas palabras cayeron como un relámpago. La cuchara de Valentín se deslizó de sus dedos y chocó contra el caldo con un tintineo cristalino. Alzó la cabeza, sus ojos oscuros destellaban con una mezcla de incredulidad y urgencia.
-¿Dra. Loyola?
-Sí, señor, ¿por qué se emociona tanto? ¿La conoce, acaso?
El mesero sonrió, algo desconcertado por la reacción.
Jazmín posó su mano sobre la de Valentín, un gesto cálido que buscaba anclarlo.
-Valentín, tranquilo. Podría ser solo una coincidencia de apellidos. No tiene por qué ser Esme… -Oh, no, es ella. La Dra. Loyola también se llama Esme. Hace tiempo que no la vemos por aquí ¿Saben ustedes dónde está ahora?
Los ojos de Valentín temblaron como hojas bajo una tormenta. Abrió la boca, pero el aire se negó a transformarse en palabras.
Jazmín, con el rostro pintado de sorpresa, pareció captar algo en el silencio. Alzó la mirada
hacia el mesero.
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