Capítulo 58
David estaba a punto de salir para contarle la noticia a Manuel cuando la puerta se abrió de golpe, y el anciano irrumpió con su habitual energía desbordada.
-Calderón, ven acá -dijo, extendiendo una taza humeante-. Los chicos del equipo me trajeron café. ¿Puedes creer que ni siquiera pensaron en mi azúcar en la sangre? En fin, te lo dejo, disfrútalo tú.
David esbozó una sonrisa cálida mientras tomaba la taza y, con un gesto gentil, acercó una silla al profesor.
-Siéntese, profe, le preparo una taza decente.
-Está bien, gracias -respondió Manuel, acomodándose con un suspiro.
Mientras vertía el café con manos cuidadosas, David dejó que sus pensamientos vagaran, buscando las palabras justas para anunciar que Esmeralda aparecería más tarde. Al principio, la emoción lo había inundado como un torrente, pero ahora, al serenarse, una sombra de inquietud se deslizaba por su mente. Manuel guardaba un afecto profundo por Esmeralda, un cariño que parecía tallado en los pliegues de su memoria. A menudo la mencionaba con orgullo, diciendo que ninguno de sus actuales pupilos alcanzaba siquiera una fracción de su ingenio. Sin embargo, tras esos elogios, siempre había un dejo de amargura. En el fondo, Manuel la culpaba por no haber brillado como él esperaba, por no haber dado todo de sí. Aquella decepción había endurecido su carácter: durante años, cegado por el resentimiento, se había negado a aceptar más estudiantes para doctorados directos. Solo él podía invocarla en la conversación; si alguien más osaba mencionarla, el pequeño viejo estallaba como un volcán dormido. David suspiró para sí. Quizá lo mejor era esperar a que Esmeralda hablara antes de soltarle la noticia al profesor.
…
Esmeralda corría de regreso al auditorio, el eco de sus pasos resonando en el pasillo abarrotado. La conferencia ya había comenzado, y al cruzar la puerta trasera, el murmullo de las voces la envolvió como una marea. El lugar estaba repleto, y ella tuvo que agacharse, escabulléndose entre los asistentes en busca de un rincón libre. Rostros conocidos del mundo de los negocios desfilaban ante sus ojos, figuras que había visto en titulares de diarios y pantallas de televisión. Suspiró aliviada, agradeciendo en silencio que Valentín no la hubiera exhibido públicamente durante todos esos años; pocos allí podrían reconocerla. Tras un momento de búsqueda, divisó un asiento vacío y se apresuró a tomarlo.
Al erguirse, su aliento se detuvo. A su lado, impecable y sereno, estaba Valentín.
Él giró la cabeza y, al verla, una chispa de sorpresa cruzó su mirada, aunque pronto recuperó esa calma estudiada que lo definía. Seguro había rastreado su agenda y la había seguido hasta allí. A su izquierda, Jazmín asomó la cabeza con curiosidad.
-¿Esme? -dijo, arqueando una ceja con una sonrisa que destilaba miel-. ¿Qué haces tú por aquí?
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Capítulo 58
-Vaya -respondió Esmeralda, sintiendo un pinchazo ante el tono de Jazmín.
¿Qué insinuaba con ese “tú también“? ¿Que no pertenecía a ese lugar? Enderezó la espalda y, con voz baja pero firme, contestó:
-Vine a echar un vistazo, nada más.
Jazmín inclinó la cabeza, su sonrisa ensanchándose.
-Hoy es una conferencia de economía. ¿Crees que la vas a seguir?
Se cubrió la boca con un gesto teatral y añadió:
-Ay, no quise decir eso, Esme, no me malinterpretes.
-Vaya, qué sutil -replicó Esmeralda, esbozando una sonrisa afilada mientras sus ojos se posaban en el presentador, que ya encendía el ambiente desde el escenario-. Sé bien cuándo alguien tira una indirecta. No me confundo tan fácil.
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