Capítulo 78
Esmeralda y ella se conocían desde hacía tantos años que no había rincón de su vida que le resultara ajeno. Sabía bien cómo habían transcurrido sus días, marcados por la fachada impecable de Valentín, un hombre que, tras su porte elegante y su sonrisa estudiada, escondía una mente retorcida, plagada de cálculos egoístas.
La Esmeralda de ahora, agotada y apagada, distaba tanto de aquella mujer radiante y segura que habitaba en sus recuerdos, que a veces le costaba reconocerla. La última vez que Esmeralda mencionó su deseo de cortar lazos con la familia Espinosa, Estefanía había regresado a casa con el corazón ligero, planeando en secreto un viaje al extranjero para celebrar su liberación, un respiro para ambas lejos de tanta carga.
Pero ahora, al entrar en la sala, sus ojos tropezaron con una prenda masculina desparramada sobre el sofá, un insulto silencioso que, sin duda, gritaba el nombre de Valentín.
-¡No me digas que te ablandaste otra vez y lo perdonaste! ¡Ya me tienes hasta aquí! – exclamó Estefanía, con el rostro encendido y un dedo acusador temblando en el aire.
-¿De qué estás hablando? -respondió Esmeralda, llevándose una mano a la frente con un suspiro que cargaba años de paciencia.
Con un gesto suave, se acercó y tomó a Estefanía del brazo, invitándola a sentarse. Luego, con voz calma pero firme, continuó.
-No soy tan ingenua como crees. Esta vez de verdad voy a dejar a la familia Espinosa.
-¿Estás segura? -Estefanía, aún con las mejillas ardientes, señaló el abrigo que yacía a un lado. ¿Y esto qué? ¿No es de Valentín?
-No, no lo es.
El silencio cayó sobre Estefanía como una cortina inesperada. Se quedó con la boca entreabierta, buscando palabras que no llegaban, mientras sus pensamientos daban volteretas.
-¿No es suyo? Entonces… esta ropa… -balbuceó, parpadeando varias veces antes de clavar en Esmeralda una mirada cargada de asombro.
-¡Esme! -dijo al fin, con una sonrisa traviesa curvándole los labios-. La última vez juraste que no querías ni carne fresca ni carne seca, ¡pero parece que ya pescaste algo interesante!
Esmeralda se limitó a mirarla en silencio, con una leve sonrisa que intentaba seguirle el paso a la imaginación desbocada de su amiga.
-Vamos, suelta el chisme. ¿Quién es este hombre? Porque, por el corte de esa ropa, no parece cualquier don nadie -insistió Estefanía, inclinándose hacia ella con ojos brillantes.
-No te hagas ilusiones.
Esmeralda se levantó con calma, recogió el traje del sofá y lo dobló con cuidado, pensando en
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Capítulo 78
devolvérselo a su dueño la próxima vez que visitara a la familia Santana.
-Oye, no te escapes. ¡Dime de quién es! -protestó Estefanía, siguiéndola con la mirada.
-Es solo un amigo.
-¿Un amigo? -Estefanía frunció el ceño-. Llevas años metida en esa casa, Esme. ¿Desde cuándo tienes amigos que no soy yo?
Esmeralda guardó silencio otra vez, atrapada entre la curiosidad insaciable de su amiga y su propia reticencia. Finalmente, con un dejo de resignación, cedió.
-Es un paciente. Vino a consultarme por un problema de salud.
-¿Un paciente? -La chispa en los ojos de Estefanía se apagó un poco, sustituida por una leve decepción.
Ella sabía del talento médico de Esmeralda; cada vez que un dolor la aquejaba, era a ella a quien acudía primero, confiando en su instinto más que en las batas blancas de los hospitales. Aunque no podía medir la magnitud de sus conocimientos, algo en su interior le decía que Esmeralda era un refugio más seguro que cualquier clínica. Así que, al saber que se trataba de un paciente, la sorpresa dio paso a la aceptación.
-Qué pena -murmuró Estefanía, torciendo la boca-. Pensé que, al librarte de ese idiota, ibas a florecer como en primavera.
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