Capítulo 95
Esmeralda tomó una bocanada de aire temblorosa y se limpió la nariz con un pañuelo arrugado antes de deslizar el dedo sobre la pantalla para contestar.
-Hola, señor Santana.
Un silencio breve pero denso se coló por la línea, como si el tiempo se hubiera detenido un instante. Justo cuando Esmeralda comenzaba a sospechar que Isaac había marcado por error, su voz irrumpió al fin.
-¿Estás bien?
El tono grave del hombre vibró con una preocupación sincera, como un eco profundo que atravesó el auricular. Aquellas palabras, simples pero cargadas, deshicieron en un instante el frágil muro que Esmeralda había levantado para contenerse. Se apresuró a secarse las lágrimas que escapaban por sus mejillas, y con un esfuerzo que disfrazó de serenidad, respondió:
-Estoy bien, señor Santana. ¿Por qué lo pregunta?
-No sé, es solo que tu voz… suena distinta hoy.
-Tal vez sea un resfriado. Tengo la nariz un poco tapada, nada más. ¿En qué puedo ayudarlo?
-Quería saber cómo sigue mi abuela.
Esmeralda, ya más dueña de sí misma, echó un vistazo al calendario en su mente y contestó
con calma:
-Mañana paso por ahí y lo platicamos en persona.
-De acuerdo.
-No le robo más tiempo, señor Santana. Que tenga buenas noches.
-Igualmente, descansa.
Esmeralda cortó la llamada y, con el celular aún tibio entre sus manos, alzó la mirada hacia el cielo nocturno, vasto y tachonado de estrellas lejanas. Una sonrisa amarga curvó sus labios, tenue como el reflejo de la luna en un charco.
Pronto.
Muy pronto escaparía de esa tormenta que la ahogaba.
A lo lejos, desde la penumbra de un auto negro, Carmelo observaba cómo la figura frágil de Esmeralda se perdía entre las sombras de la calle. Giró la cabeza con desconcierto hacia el
asiento trasero,
-Señor Santana, ahí está la señorita Esmeralda. ¿Por qué no se acercó?
Isaac, con el celular aún en la mano, frunció el ceño, pensativo.
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Capitulo 95
-Ella no lo necesita.
Esmeralda era de esas almas obstinadas, forjadas en orgullo y temple, con un sentido del honor que no se doblegaba. Si no dejaba entrever su fragilidad, era porque podía cargar sola con sus tormentos, sin mendigar auxilio. Él admiraba esa fortaleza callada y respetaba su silencio.
-Solo síguela ordenó Isaac-. Asegúrate de que llegue a casa sana y salva, pero que no lo
note.
-Entendido.
Carmelo asintió, aunque una chispa de resignación brilló en sus ojos. No entendía del todo las vueltas del presidente Santana. ¿Cuándo se decidiría a dar un paso firme hacia ella? De pronto, un pensamiento fugaz lo golpeó. Un momento… la señorita Esmeralda aún no estaba libre de su pasado. Si ahora se enredara con el presidente, ¿qué sería él entonces? Sacudió la cabeza para espantar esas ideas absurdas.
¿En qué estaba pensando? ¡El presidente Santana, un intruso en una historia ajena? ¡Imposible!
Al día siguiente, el sol ya estaba alto cuando Esmeralda abrió los ojos, cerca del mediodía. Encendió su celular con un gesto lento, y una notificación parpadeó en la pantalla, recordándole que ese día debía regresar al “nido de lobos“.
Bueno, si tenía que enfrentarlo, que así fuera. Había asuntos pendientes que no podían esperar
más.
En ese instante, el timbre del teléfono rompió el silencio. Era una llamada del Centro de Servicios de Muerte Fingida.
-Señorita Loyola, su réplica está lista. ¿Quiere pasar a verificarla?
-No es necesario, confío en su trabajo.
-Perfecto, entonces le envío unas fotos para que las revise.
-Está bien, gracias.
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